domingo, 17 de abril de 2011

Luis Alberto Crespo: “La carencia enriquece por dentro al ser humano”

Dueño de palabras que transfiguran el paisaje y el alma



Premio Nacional de Literatura 2010, es heredero de una tradición de periodistas humanistas que fueron tutores de su niñez




En Luis Alberto Crespo conviven, sin que una le haga sombra a la otra, la pluma de un gran periodista y un extraordinario escritor. Ambas condiciones sobrevienen de una infancia marcada por la figura de su padre, Antonio Crespo Meléndez, también periodista y de un tío y un abuelo que cambiaron la hacienda por la imprenta, los caballos por los galeradas tipográficas. No obstante, Luis Alberto no renunció a ellos: desde los elaborados con palos de escoba, que “no tenían cabeza sino un nudito” y que fueron juego travieso en la niñez, hasta Chemonero, el primero que montó y los que vinieron después. Luego soñó con el llano. Y fue. “Y de ahí no he vuelto”, nos dice.


Recientemente, al también presidente de la Casa de las Letras Andrés Bello y autor de una veintena de libros de poesía, le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura; anteriormente obtuvo el premio Conac de Poesía, el Premio Municipal de Poesía y el Premio Nacional de Periodismo Cultural. Con tantos galardones, no deja de ser el joven sencillo que emergió de la canícula de Carora y nos recibe con amorosa sonrisa.


- Tú has recibido antes el Premio Nacional de Periodismo Cultural y ahora el de Literatura. Pensando en esas dos esferas tuyas, que te han acompañado toda la vida, yo quisiera comenzar por preguntarte qué le ha aportado el periodista al poeta y viceversa, porque eres periodismo y poesía.


- Sí, pero fíjate, siempre he unido las dos cosas, no deliberadamente. No es que yo dije “voy a escribir un periodismo que tenga una vinculación con el lenguaje poético”. No. Lo mío es algo mucho más antiguo porque vengo de una tradición de periodistas humanistas. Mi abuelo, José Herrera Oropeza, fundó el Diario de Carora, donde la cultura, la literatura, tenían una enorme importancia. Por supuesto, en ese momento no estoy en condiciones de captar esas características de ese periódico, más cercano estaba a comprenderlo o intuirlo cuando comienzo a descubrir a mi papá. Es decir, cuando no soy un niño sino un adolescente y comienzo a ver a un hombre que concibe el mundo en la lectura, en la escritura y al mismo tiempo en el dibujo, el arte, la pintura. En un cuarto, en una habitación de esas grandes, con altos techos que hay en Carora, siempre veía a un señor inclinado sobre un libro, rodeado de libros que llegaban casi hasta el techo. Y era un hombre, además, nocturno. Yo me dormía y a altas horas de la noche me despertaba y oía una música y las voces que venían de otras partes del mundo y ese era mi papá comunicándose con la tierra. Es decir, ¿qué ocurría en Londres, en España, en Francia?, a través de esas emisoras que hablaban de todo porque mi papá era un periodista. Por supuesto me acerqué a lo que escribía mi papá. ¿Y qué era lo que escribía? Sobre escritores, artistas, del mundo entero o de Venezuela y América, en ese periódico que había fundado mi abuelo y que había heredado mi tío, Antonio Herrera Oropeza. Mi padre era el encargado, el jefe de redacción, es una manera de decirlo. Difundía la cultura, la literatura, en unas crónicas que se llamaban “Retazos literarios”, durante 45 años, diariamente. Para él lo social era muy importante, el reclamo de los oprimidos, la justicia burlada por los grandes señores y gobiernos. Entonces yo comienzo a descubrir una inclinación hacia el dibujo, la lectura, la escritura, porque no he hecho otra cosa que mirar y contemplar a un señor que escribe, lee, dibuja y oye música.


- ¿Y cuándo escribes el primer poema?


- Cuando yo avanzo en mi vida, un día menos pensado, escribo un texto muy influido de Vicente Gerbasi sobre unos señores que viven en una casa antigua, en Carora, que se parecen a sus ladrillos y sus muros. A mi papá le encantó y por primera vez en mi vida me vi publicado, por supuesto en el periódico de mi abuelo y mi tío y cuyo jefe de redacción era mi padre. Él me dijo que ese era el camino de una poesía social, de un tema que tocaba al ser humano en su condición más dramática.


- ¿Eras un muchacho en ese entonces?


- Sí, estaba en bachillerato. Me vine a Caracas. Yo salí de Carora a los 13 años y ese alejamiento de Carora me acercó a mi padre a través de las cartas. Era un diálogo sobre lo que escribía, lo que estaba leyendo. Mi papá me iba indicando qué otros libros serían buenos para mí, una especie de un gran diálogo entre un escritor, un periodista y un hombre que estaba estudiando bachillerato y que no tenía muy claro qué era lo que quería. Pero yo deseaba ser abogado, no sé en qué momento ocurrió ese salto hacia el periodismo. En todo caso, hay una serie de historias aledañas, como la presencia de escritores como Adriano González León, que fue determinante. Comencé a escribir haciendo notas..., ¿pero quién me enseñó? Mi papá no me dijo: “Se escribe de esta manera”, sino que leía y leía mucho. Estas notas eran como crónicas que explicaban y analizaban críticamente lo que leía. Eso me sirvió mucho y terminé siendo un columnista de la cuarta página de El Nacional cuando era director Uslar Pietri. La presencia de Miguel Otero Silva para mí fue definitiva porque fue un hombre que me apoyó, que apostó a mí y eso nunca lo olvidaré. Estuve también de asistente de José Ramón Medina en el Papel Literario. Luego comienzo a sentir una pasión por la belleza de la escritura, una escritura al servicio de la información. Hasta ese entonces, no había poesía, sino nostalgia por regresar a Carora. ¿Qué hacía yo? Dibujaba lo que había perdido. Y un día me cayó en las manos el libro Los espacios cálidos de Vicente Gerbasi y más tarde Paisano de Ramón Palomares y eso bastó. Porque quise escribir sobre la infancia y a la manera de como se hablaba en la infancia, el espacio que había dejado. Y escribí Si el verano es dilatado, de la mano de Adriano González León que leyó mis textos y le dio forma al libro. Luego vino Juan Sánchez Peláez. Allí comienzo a tener una especie de frenesí por escribir sobre la poesía, sobre un lenguaje que no fuera sólo dibujar los lugares de donde venía sino lo que pasaba dentro de mí.


- ¿Una especie de telurismo que convive con la interioridad?


- Claro, y la parte universal de cada telurismo. Y también estaba el periodismo, al mismo tiempo. En una pasantía que yo tuve en El Nacional, ya como reportero en las páginas de arte, tenía nada menos que a Miyó Vestrini como jefe y la primera entrevista que realicé allí fue a Vicente Gerbasi cuando se ganó el Premio Nacional de Literatura. Allí comienza ese amor por el periodismo literario, de la mano de Miyó Vestrini, Adriano González León, Jesús Sanoja Hernández. Y por supuesto mi papá era mi confidente, mi amigo; nos quedamos hasta tarde la noche leyendo y conversando sobre arte y literatura. Yo me sentía un colega de mi papá. Él fue definitivo y Adriano que me llevó por el lado del periodismo y la poesía, a la belleza de una frase, de un vocablo. Si hay que buscar un principio, es la imagen de mi padre escribiendo hasta la noche, leyendo todo el tiempo, dibujando a sus grandes escritores y convirtiendo el periodismo en una información cultural. Él tenía una columna sobre los personajes olvidados de Carora, los pobres, los indigentes, los que habían sido dejados a un lado por la gente con dinero, por una sociedad capitalista, porque era un cristiano socialista.


- De alguna manera tú retomas eso en tu columna El país ausente...


- Hay un eco, una comunión, seguir ese itinerario. Ahí está mi padre, Armas Alfonzo, Adriano...


- Si retomamos el tema de los premios nacionales, yo podría decir que tu predecesor que fue Willian Osuna le regaló al país, en su escritura, la ciudad, Caracas, nos acercó a una visión amorosa sobre Caracas. ¿Podríamos decir entonces que Luis Alberto nos regala a Carora?


- Yo creo que sí, es bonito eso que dices. Sí, pero sobretodo yo aspiro que no sea exactamente lo visible, sino como una temática de la relación del ser con el espacio, con la pureza de la blancura, con el concepto de sequía y de espina que tiene que ver con esa transfiguración del hombre a través de lo que es realmente la carencia y que la carencia sirve para enriquecer por dentro el ser humano. Yo creo que el hecho de que el mediodía sea tan importante para mí es un concepto de la pureza, de la depuración del ser a través de la luminosidad.


- Es casi un concepto monacal, religioso...


- Podría ser. Alguien me dijo que ese es un concepto místico. Si eso es así, no soy yo el que lo hace deliberadamente, pero sí hay un concepto religioso con relación a esa transfiguración del ser que va más allá de su propia condición física. Es el concepto de estado de alma, que a través del espacio físico se puede producir, a través y sobre la tierra plana, seca como un cuerpo, una tierra que tiene vida como uno. Y después, ese color blanco sirve para verse uno como transfiguración.



Carmen Isabel Maracara





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