Texto: Carmen Isabel Maracara. Foto: JWN Brothers 1899, en center-for-nonverbal-studies.org
Para Isadora Duncan, quien pasó sus primeros años cerca del mar, en la Bahía de San Francisco, éste fue su primera fuente de inspiración. El movimiento perenne y sensual de las olas, brutalmente elocuente y sin afeites, lo llevó a su propuesta de danza, con lo que revolucionó este arte.
Aunque sus temas fueron clásicos, frecuentemente relacionados con la muerte o el dolor, no recurría a los personajes artificiales como héroes y duendes. Su propuesta, de corte minimalista, prescindió de los montajes aparatosos de la época y en su lugar se decantó por decorados con tejidos ligeros, mientras ella se hacía protagonista de la escena sin maquillaje, con el cabello suelto y una túnica vaporosa en la que se adivinaba el cuerpo y sus pies desnudos, en abierta oposición a las bailarinas maquilladas y con un moño o coleta, con el tradicional vestido de tutú, zapatillas de punta y medias rosadas.
Tal desenfado fue el mismo que acompañó su vida azarosa, plena de amoríos, de actitud desafiante hacia la religión –se declaró atea en varias ocasiones-, y en diáspora a varios países del orbe, buscando el lugar adecuado para crecer como artista y desarrollar su talento.
Una niña pobre
Dora Angela Duncan, conocida como Isadora Duncan, nació en San Francisco, Estados Unidos, el 27 de mayo de 1878. Su padre abandonó la familia cuando era muy pequeña y posteriormente, acusado de fraude, fue encarcelado; esto colocó a los Duncan en una situación de penuria económica, que fue enfrentada por su madre incorporándose al mercado laboral como profesora de piano. Isadora deja la escuela a los diez años y comienza junto con su hermana Isabel a impartir clases de danza a otros niños de su barrio.
Siendo una adolescente, la familia se muda a Chicago, donde la joven estudia danza clásica, pero tras sufrir el incendio de su casa, se trasladan a Nueva York, donde ingresa en la compañía de teatro del dramaturgo Augustin Daly. En este momento, ya la joven bailarina tiene su propia y nada convencional concepción del arte escénico, que incluye el interpretar plásticamente poemas por medio de la improvisación, la que intenta, sin éxito, realizar en la academia de Daly, por lo que la abandona y parte a Londres en el año 1900.
Consolidación y tragedia
Ya en la capital inglesa, Isadora, siempre inquieta y autodidacta, pasa largas horas en el Museo Británico, admirando el arte griego y muy especialmente los vasos decorados con figuras danzantes, de los que incorporará a su propuesta elementos característicos, tales como inclinar la cabeza hacia atrás como las bacantes.
Luego reside en Francia, lugar donde se consolida su fama y bebe también de las aguas del arte: el Louvre, la National Gallery y el Museo Rodin, forman parte de sus paseos habituales y su propia cátedra de conocimiento artístico.
A partir de ese momento no deja de actuar en los mejores teatros de Europa, lo que incluye los escenarios italianos, país de tradición renacentista que influye en su arte. En París, sus dos niños, Deirdre y Patrick, mueren trágicamente ahogados en 1913 en el Sena, al hundirse el carro en el que viajaban por un desperfecto en los frenos. El hecho, ocurrido en plena madurez de su vida, según sus propias palabras, la aniquila e interrumpe su carrera para dedicarse a la enseñanza en largas y agotadoras jornadas.
Su dedicación a obras benéficas y a la educación la lleva a Moscú en 1921, donde se casa con el escritor Sergei Esenin, pero el matrimonio naufraga por el carácter violento de éste y su alcoholismo. En Rusia, además de su fracaso amoroso, tampoco logra cristalizar su proyectada Escuela de Danza Futura, por lo que tras divorciarse en 1924, regresa a París y a los escenarios, sin mucho éxito. Son años de penurias económicas, por lo que se refugia en Niza, donde termina su autobiografía y prepara El arte de la danza, libro en el que pretendía ofrecer una síntesis de sus enseñanzas. En esta ciudad fallece trágicamente el 14 de septiembre de 1927, a la edad de 49 años, ahorcada por su propia bufanda, la que se enredó en la rueda del auto en el que viajaba. “Me voy al amor”, dijo para despedirse a su amiga María Desti, pues se marchaba al placer con Benoit Falchetto, un joven y bello piloto de carros italiano. Su vida apasionada; su personalidad contundente y única transcendió su época y transformó el arte de la danza.
Frases de Isadora
“Mi lema: sin límites”
“Fuiste silvestre una vez. No te dejes domesticar”.
“…comprobé que los únicos maestros de baile que yo podía tener eran Jean Jacques Rousseau "Emilio", Walt Whitman y Nietzsche”.
“Yo había venido a traer a Europa un renacimiento de la religión por medio de la danza, para elevar al público al conocimiento de la Belleza y de la Santidad del cuerpo humano, mediante la expresión de sus movimientos.[...] No había venido de ningún modo a bailar para distraer a los burgueses engreídos tras una buena cena".
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