“¿Hay
vida?”, preguntó el hombre en las escaleras hacia el Metro y quien lo
acompañaba hizo un largo comentario, desilvanando la inquietud.
¿Hay
vida?; la indagación de todo el planeta cuando el hombre pisó la superficie
agujereada del pequeño satélite, que todavía alienta misiones, fuera de este
punto minúsculo de la vía láctea dónde habitamos.
¿Hay
vida?, se preguntó Pasteur cuando intuyó que diminutos seres habitaban en las
manos de los médicos, capaces de llevar vertiginosamente a la tumba a las parturientas, muertes que se sucedían unas
tras otras, que luego se supo eran los microbios. El sencillo gesto de lavar
las manos antes de las cirugías y de todo acto médico evitó mortandades.
¿Hay
vida?, se dijo a sí mismo el moribundo ante su inminente adiós, con la angustia
de quien ya no poseía la certeza de un futuro, de si su alma merecería el cielo
de los justos o el ardor eterno de quienes cometieron las equivocaciones
humanas.
“¿Hay
vida?”, fue la pregunta que hizo un hombre de mediana edad a otro, en el Metro,
mientras las masas se agolpaban camino a la escalera, asfixiadas. Ellos no hablaban
de ninguna de esas vidas. Era un argot. Aludían a un negocio posible, dinero de
por medio, una transacción a lo mejor de dudosa reputación, quien sabe... “¿Tendré
vida, hoy?”, me pregunto, mientras termino de subir la cuesta a lo cotidiano y
me sonrío ante la compleja sencillez del lenguaje.
8
de julio de 2012
Foto: AVN