Me gusta la idea de un río que aparece y desaparece, sin
muchas razones… se adelgaza bajo la tierra y dice “fuera humedad, fuera frío” y
ansía el pecho profundo y ronco de la tierra, en donde quizás disfruta de ser
lodazal, de no tocar ningún cuerpo, de no albergar ninguna rana, pez, liquen,
planta acuática. Allí se abraza a la muerte como verdad última, respira el aire
seco de quien ya no está. Ahoga todos sus gritos, penas, confidencias.
Desaparece. Se vuelve silencio.
Pero un día, recuerda su vocación acuosa. “Guadiana,
Guadiana, Guadiana”, le llama una voz conocida. Es un río con nombre de mujer. ¿El
Guadiana? La verdad sonaría mejor La Guadiana, por esa A terminal que habla de
sinuosidad. Entonces, puede que ese hálito femenino sea la causa de su intermitencia:
una Guadiana que desea ser conquistada, que anda en romance con los otros
elementos de la naturaleza, que juega a estar y no estar, que se deja seducir y
coquetea. Quién sabe.
Me parece poética la vocación de ese río. Va y viene. Sin
razones. Sin dejar rastro. Y luego regresa, renovado, simple. Presente.
Carmen Isabel Maracara
31-12-2016