sábado, 18 de julio de 2020

“El Señor Dios pasa de improviso en el viento”

Hablamos de Thomas Merton: monje trapense, poeta, místico e intelectual comprometido con los problemas de su tiempo

Carmen Isabel Maracara


Thomas Merton es una figura que enlaza la tradición del monacato occidental, de silenciosa contemplación, con un decidido accionar en el mundo de su tiempo, apuntando, con voz profética, sobre las terribles consecuencias de la guerra, el racismo, las desigualdades sociales y a su vez por la necesidad de renovación de la iglesia a la perteneció y amó hasta morir en 1968, electrocutado accidentalmente en Bangkok. 
Hasta allí habría llegado el monje trapense, escritor y una de las voces más cimeras del misticismo occidental contemporáneo, luego de recorrer parte de Asia en un encuentro interreligioso que incluyó un contacto personal con el Dalai Lama y que concluyó con una conferencia sobre nuevas perspectivas monacales, su última conversación antes de morir.
El padre Louis, su nombre religioso, nació el 31 de enero de 1915 y fue ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1949. Fue un gran maestro espiritual que iluminó el camino contemplativo de muchas personas, tanto dentro como fuera de la iglesia católica. 

Vida en los otros 
Aunque permaneció 27 años en el monasterio de Nuestra Señora de Getsemaní, desde el 10 de diciembre de 1941, en Kentucky, Estados Unidos, de la orden del císter, marcada por la contemplación y un silencio exigente, Merton fue muy activo en la defensa de los derechos humanos, el pacifismo, en la condena a su país de adscripción por la guerra de Vietnam, pues aunque nació en Francia se nacionalizó estadounidense en la década de los 50, lo que le ganó no pocos cuestionamientos tanto dentro como fuera de su círculo religioso. El diálogo interreligioso entre Oriente y Occidente, formó también parte de sus búsquedas. 
Esta contemplación activa, sería la base de un humanismo cristiano, que parte de la idea, si lo decimos con palabras de Merton, de concebir el mundo en una danza general, en la que estamos insertos todos: "Estamos invitados a olvidarnos adrede de nosotros mismos, a arrojar a los vientos nuestra horrible solemnidad y a unirnos a la danza general". O como también escribiría: "los hombres no son islas ni luminarias independientes”. Estas preocupaciones la vertió el místico en buena parte de su obra ensayística.
En ese diálogo y encuentro con el Otro, el monje no excluyó la pasión amorosa, sobre la que dejó evidencia en sus diarios y en una colección de poemas titulada Eighteen poems, la que se publicó luego de su muerte en un tiraje limitado de 250 copias, por deseos expresos de su autor. Merton vivió un intenso romance con una joven enfermera, Margie Smith, durante varios meses en 1966; un amor turbulento y desgarrado al límite y al que renunció para continuar en su camino como religioso, pese a que mantuvo correspondencia con ella hasta poco tiempo antes de fallecer. 

Vida y escritura 
La vida de Thomas Merton, quien habría nacido en Prades, Francia, en 1915, estuvo marcada por la libertad creativa, pues sus padres fueron estudiantes de arte en París y posteriormente su progenitor se dedicó a la pintura.
Para Merton, escribir era su forma de comunicarse con su propio yo, con Dios y con el Otro, por lo que nunca abandonó la pluma, pese a un intenso cuestionamiento interior sobre la paradoja de su vida monástica, que imponía cierto grado de reclusión frente el camino hacia el exterior que marcaban sus escritos.
Justo para comulgar con una inmensa necesidad de paz, sosiego y silencio, en los últimos años de su vida monástica (1965), logró el permiso de su Abad para retirarse a una ermita y dejar la responsabilidad de maestro de novicios que le había ocupado gran parte de su tiempo en Getsemaní.
Thomas Merton falleció el 10 de diciembre de 1968. Su obra incluye clásicos como La Montaña de los siete círculos (1948), su autobiografía y su libro más conocido, traducido a 28 idiomas; El signo de Jonás (1953), Semillas de contemplación (1949), pero fue autor de más de 50 libros y unos 300 artículos sobre temas sociales, políticos o literarios.

VI
Escribirte
Es como escribir a mi corazón
Tú eres yo mismo
Esta soledad
(Este silencio, el limón y el ron)
Trópico polar de luciérnagas
Ausencia de música)
Me posee
Como si fuese tu misma soledad
Explorando mi oscuro bosque
Y mi casa olvidada
Para reencontrarse también ella.

(Fragmento de: Eighteen poems).

El signo de Jonás

El Señor Dios pasa de improviso, en el viento,
cuando la noche desciende sobre la tierra.

(Fragmento)

Plegaria

Estar aquí en el silencio de la filiación en mi corazón
es ser un centro en el que todas las cosas convergen en ti...
Por eso, Padre, te pido que me conserves en este silencio
para que aprenda de él la palabra de tu paz
y la palabra de tu misericordia
y la palabra de tu gentileza
dicha al mundo;
y que a través de mi quizá tu palabra de paz se deje oír
donde durante mucho tiempo no ha sido posible que nadie la oyera.

Del libro Conjeturas de un espectador culpable (1966)

lunes, 24 de diciembre de 2018

De bicis a triciclos... o al revés! O de cuando el Niño Jesús desoye los pedidos de bicicletas





Yo creo que tenía 3 a 4 años, no más. Mauricio, el menor de los 8 varones que me antecedieron, pero mayor que yo 2 años, era mi infaltable compañero de juegos, mi “hermanito”, al que reclamaban mis padres si no hacía todo el camino de colegio de mi mano, algo a lo que podía saltar porque él iba entre amigos y yo, muerta de celos, llegaba antes a casa para reafirmar que me había dejado sola en el camino y por tanto, él se ganaba un regaño. Pero eso fue más tarde, cuando yo cumplí 7 años y pude alcanzarlo en el colegio. Él ya llevaba dos años estudiando, por tanto ya tendría amigos y amigas con quienes hacía el recorrido, pero ahora me incorporaba yo, dispuesta a ocupar mi espacio único de hermana. Yo creo que tenía unos 3 años, el recuerdo se difumina. Compartíamos un triciclo, que además del conductor principal, tenía un puesto trasero para un acompañante. Quizás mis padres lo compraron así, de doble puesto, porque no había para comprar dos. Y claro está, ambos queríamos un triciclo. Yo lo recuerdo color verde. Pero como yo era la menor de 9 hermanos, la única niña, pues lloraba ante cualquier cosa, me antojaba de lo mío y lo no mío y la cosa solía salir bien. Pero esa vez no fue el caso. Mauricio siempre le tocaba el puesto de atrás, no había forma de que yo quisiera abandonar el puesto del conductor, por lo que al final terminábamos llorando los dos: él porque yo no cedía y yo, cuando me quitaban de allí mis padres. Pero ese día, mi papá se obstinó, dijo que no sería para ninguno de los dos y el triciclo fue a parar al techo de la casa. Mi papá lo lanzó al techo y sanseacabó. Creo que los dos enmudecimos. Han pasado los años y me siento todavía culpable por la pérdida del triciclo verde… Luego, ambos lo olvidamos. Hay que decir que Mauricio, tenía y tiene un corazón de oro. Pensé que ya de grande, la pena se volvería alegría que regresaría en forma de bicicleta, así que opté por pedir al El Niño Jesús el artilugio de dos ruedas, pero nunca llegó. Así que nunca aprendí en serio a manejar bicicleta. Y creo que Mauricio tampoco. Alguna vez una prima me prestó una, llamada “de paseo”, bajita, para principiantes y la manejé con torpeza algunas veces. Luego nunca más. ¡El triciclo verde no tuvo competencia!

Foto: ¡Habría que preguntar a Manuel Almirall-Vall de dónde la sacó!

jueves, 16 de noviembre de 2017

Frijol y la nostalgia


Hace pocos días que Matty se fue del país. No era su dueña, era la vecina que lo adoraba y a quien él maullaba por la ventana de la cocina para que le diera cobijo cuando su ama verdadera salía de casa. Hay que decir que Matty perdonaba todas sus imprudencias, como saltar en un segundo piso, desde la reja hasta su ventana, con el peligro de caer como un plátano al piso y gastar alguna de sus siete vidas. Aunque su contextura habla de que su familia humana no se detenía en recuentos calóricos, la vecina lo consentía con golosinas extras, de esas que no salen de una caja de comida seca, apta para felinos, además de rascarle la barriga y disfrutar cada uno de sus gestos. Así que cada tarde maullaba en la entrada de su casa, sentado en la alfombra o hacía la pirueta mortal que lo acercaba a la morada de sus sueños. Pero ya van tres días que Matty no llega; Frijol no sabe que la gente se está mudando del país por causas muy ajenas a su transitar de amarillos ojos sabios. Cada día la espera.

Hoy lo vi en el estacionamiento, solo, esperando. No conocí antes a un gato tan despechado por un amor imposible, marcado por el exilio involuntario. “Todo pasa, Frijol”, le digo, pero él no entiende de este adiós sin despedidas.

Texto y foto: Carmen Isabel Maracara

viernes, 12 de mayo de 2017

“Después de los 70 años cualquier cosa puede ocurrir”



Ángel Tortosa, un esclavo de la poesía

Revisando escritos, encontré esta entrevista que realicé en 2011 y nunca llegó a publicarse. Hoy el Abuelo Ángel tiene 85 años y más de 3000 poemas en su haber. Ha sido un verdadero privilegio conocerle y cultivar una amistad. Con grandes dificultades económicas, continúa, sin embargo, siempre con una frase de aliento en cada encuentro

Por Carmen Isabel Maracara / Foto: Reinaldo Poleo, cortesía de Ángel Tortosa



“Me llamo Ángel Gerónimo Tortosa Bello, pero me dicen El abuelo Ángel. Soy hijo de Gregorio Facundo Tortosa y Teolinda Bello de Tortosa. Nací en una hacienda de la Caracas de antaño, el 30 de septiembre de 1930, en La Guairita. Allí pasé poco tiempo, porque mi papá se mudó a un sitio que llamaban El Paraíso, que es donde está Altamira… Cuando era joven me agradaba muchísimo oír poesía, sobre todo de un declamador llamado Luis Edgardo Ramírez, quien estaba considerado entonces una gloria de la declamación, en aquel tipo de poesía que más o menos es la que yo hago. A mí y a la mayoría de la gente le encantaba esa poesía; en ese tiempo, las canciones eran poemas con música. Creo que se fue anidando en mi mente eso de la poesía. También iba mucho al cine mexicano, argentino, pero sobre todo el mexicano, que se puso de moda con esos cantantes; la música de ellos tuvo la suerte de cuajar en toda la América y en Europa. Todavía la oigo y la aprecio mucho. Yo trabajaba como un animal, en cuestiones que hoy día, si volviera a nacer, no las haría; trabajé en mataderos, por ejemplo. Pero a mí me gustaba cantar; lo hacía para mí mismo, cuando iba manejando mi camión. Creo que nací con eso. Pero fueron pasando los años. Nunca tuve la intención de escribir. Cuando cumplí 70 años, más o menos, en el año 2000, un día vi a un señor, un hombre viudo que siempre andaba muy pulcro y le digo: ‘Oye, vale, tú siempre estás muy arreglado’. Nos reímos del asunto y llegué a la casa y escribí mi primer poema, El abuelo presumido”. 
“Grabo mis poemas con mi equipito, le pongo música de fondo y luego se los llevo a un amigo y me los graba en un CD y hago copias en la computadora. He batido récords, estoy seguro, de poemas grabados en mi voz, tengo un promedio de 600 en total. Creo que en ninguna parte del mundo existe un abuelo que haya grabado tanta poesía, en su voz, en su casa y que queden bien los discos. No piense que soy pretencioso porque diga eso, sino que Dios me dio la dicha de hacer esto”.
“Antes escribía mis poemas en una máquina de escribir viejita, ahora aprendí a hacerlo en la computadora. Lo de la computadora es una maravilla, yo escribí incluso un poema que se llama Mouse, y otro titulado El mundo del Internet; allí he oído mis canciones y artistas antiguos”.
“Mi primera aparición pública, leyendo mis poemas, fue en la escuela Ricardo Zuloaga, en los Chorros, donde estudiaba mi nieto. En la radio comencé hace como ocho años, en Radio Sensación, en un programa conducido por Miguel Ángel Fuentes, ya fallecido. Así fue como comencé a escribir y escribir, hasta que me he convertido en un esclavo de la poesía. He descuidado hasta mis cosas que tengo que hacer. Fíjate que me voy a rasurar, de repente me viene una idea y salgo, agarro un paño y vengo a escribir una frase. A estas alturas tengo 1108 poemas. En Inager también me publicaron un libro, y en el canal Vive, en un programa que se llama Fuente Viva, me hicieron uno que se llama El abuelo de la poesía. La editorial El Perro y la Rana, del Ministerio de la Cultura, me publicó recientemente un libro que se llama Los poemas del abuelo Ángel. También estuve una vez en el Festival Mundial de Poesía. Participo en actividades culturales del teatro Cantv, la Casa de la Diversidad en la Quinta Micomicona y en la Fundación Bigott”.
“A veces me da susto, y me digo: ‘Dios mío, ¿pero por qué me he vuelto adicto a esto?’, me preocupo porque le dedico mucho tiempo. Es que después de los 70 años en adelante cualquier cosa puede ocurrir. Entonces uno trata de sacarle el jugo, lo máximo. La ventaja de esta poesía, que no es moderna para nada, es que la gente, las masas, la entienden. Es como las canciones, esas enredadas, que no las oye nadie, pero sigue habiendo un gentío que escucha Noche de ronda, y todos la tararean. Eso me ha favorecido, así como mi edad. Yo voy al teatro Cantv casi todos los fines de semana, y cuando la muchacha dice: ‘Nuestro invitado permanente, el abuelo Ángel’, la gente aplaude. Me siento feliz de haber logrado que la poesía le guste a otras personas”.
“Uno tiene más interés de aprender que cuando joven y eso vale mucho. A la gente de mi edad les diría que si aprenden a tocar un poquito el cuatro, por ejemplo, les mejora su vida, como si aprenden a hacer alguna artesanía, pintura. Que traten de ser lo más útiles posibles, para sí mismos y para los demás. Yo me siento que valgo, que sirvo, sobre todo uno de los grandes pagos que tiene un artista, llámese artista, declamador, lo que sea, como lo es el aplauso. El aplauso es algo divino. Yo tengo un poema que en una de sus estrofas dice: ‘Con el dinero de aplausos, le compro alimento a mi alma’.
“Lo mío es totalmente desinteresado, no me he ganado un bolívar con esto, he gastado sí miles de bolívares de lo poco que gano porque tengo gastos: compré la computadora, la impresora, los Cd, papel, tinta, pero lo hago con gusto… Es como si estuviera trabajando para un paraíso, para un jardín, sin cobrarle nada”.

sábado, 31 de diciembre de 2016

Guadiana


 A Manuel Almirall Vall

 
Me gusta la idea de un río que aparece y desaparece, sin muchas razones… se adelgaza bajo la tierra y dice “fuera humedad, fuera frío” y ansía el pecho profundo y ronco de la tierra, en donde quizás disfruta de ser lodazal, de no tocar ningún cuerpo, de no albergar ninguna rana, pez, liquen, planta acuática. Allí se abraza a la muerte como verdad última, respira el aire seco de quien ya no está. Ahoga todos sus gritos, penas, confidencias. Desaparece. Se vuelve silencio.

Pero un día, recuerda su vocación acuosa. “Guadiana, Guadiana, Guadiana”, le llama una voz conocida. Es un río con nombre de mujer. ¿El Guadiana? La verdad sonaría mejor La Guadiana, por esa A terminal que habla de sinuosidad. Entonces, puede que ese hálito femenino sea la causa de su intermitencia: una Guadiana que desea ser conquistada, que anda en romance con los otros elementos de la naturaleza, que juega a estar y no estar, que se deja seducir y coquetea. Quién sabe.  

Me parece poética la vocación de ese río. Va y viene. Sin razones. Sin dejar rastro. Y luego regresa, renovado, simple. Presente.
 
Carmen Isabel Maracara
31-12-2016

 

lunes, 24 de octubre de 2016

A salvo del caos


                                                              A Leo Posadas

 

Pasó el incendio

el bosque fue devastado,

su crepitar

irrumpió en el silencio.

 

Solo quedaste tú,

planta diminuta,

con un verde que apenas despuntaba

a escasos metros de las cenizas.

 

Te salvó tu condición de comienzo

o tu vocación de misantropía.

 

O acaso no fue tu voluntad

sino la gracia del pájaro

que esparció tu semilla

en medio de la nada

lejos de todo y de todos.

 

29-6-2016

(Del libro inédito Apenas sostenidos)

miércoles, 20 de julio de 2016

Dos cucharadas de mantequilla




a Omaira Etayo

Rebe le pide las arepas con mantequilla, no entiende por qué ahora son cada vez más delgaditas y de paso no tienen mantequilla. Esa aspereza es incomprensible cuando se tienen cinco años. 
"Tata, y esta vez sí me pondrás mantequilla?". La abuela adoptiva (o adoptada, nunca se está claro en estos casos), se queda en silencio, habla de otras cosas y a Rebe se le va olvidando el asunto, mientras sueña otros mundos con su Tata, que es bajita como una niña y por eso entiende de susurros menudos, de juegos, de fantasías absolutas. 
Ayer, una vecina donó dos cucharadas de mantequilla para Rebe. Sus ojos, abiertos como dos soles, celebraron la untuosidad amarilla que suavizará sus mágicas arepas. Pero Tata no se consuela, el regalo se hace amargo: la comprobación de la carencia y el miedo atroz de su permanencia. 


Carmen Isabel Maracara, 7-6-2016

Imagen: http://coloringbookfun.com/Food/originalimages/BUTTER.gif

domingo, 28 de febrero de 2016

83 años: arroz y huellas dactilares




“Tengo 83 años, no me pida la cédula. Yo no compro por cédula. ¡Véndame los dos kilos de arroz! Ya yo hablé con el supervisor, con el vigilante; él me dejó subir. ¿Pero es que no me entiende? Tengo 83 años y una pierna más larga que la otra, yo sé que hoy no me toca comprar, pero ¿cómo hago, si cuando me tocaba no había arroz? Ah, que hable con el gerente? Ya voy”.
Le repite la misma historia. El fiscal supervisor dice que no, que es por número de cédula. Le explica al gerente del supermercado. La cola se detiene. La gente pregunta qué pasa, se comienza a generar tensión. Explico que es una señora muy mayor, que no debería estar en esto, les cuento lo de la pierna; la gente asiente con el silencio…, al menos no se alteran. Le digo al cajero que si no se lo venden, le doy los dos míos y él me responde que si hago eso, se me bloquea la posibilidad de comprar arroz esta semana en ese establecimiento. Le respondo que no importa. El cajero, visiblemente alterado, con angustia, dice que no puede estar más en ese puesto, que él no va a hacer eso, que le va a vender a la señora el arroz, así lo despidan y lo comparte con otro cajero de al lado, que hoy también lo pusieron en estas funciones no habituales para ellos. Los cajeros de siempre, acostumbrados a todas estas situaciones, lo más probable es que no se hubiesen doblegado.
La señora vuelve, cara triunfante. Que el gerente le dijo que sí. La supervisora del cajero le autoriza con un gesto. “Ponga su dedo pulgar derecho, ahora el izquierdo”. La señora pone el pulgar derecho, pero luego el  índice izquierdo. Pareciera no entender bien lo que está pasando, que tiene que poner sus dedos en una máquina captahuellas para que pueda hacer su compra. El pulgar izquierdo no pasa, porque tiene la huella dactilar borrada. “Es que son 83 años, se me borraron, yo no me las borré”. Se va con una sonrisa, con sus dos kilos de arroz y un paquete de galletas dulces. “Gracias por la ayuda”, me dice. El cajero y yo suspiramos. 

Carmen Isabel Maracara

miércoles, 6 de enero de 2016


Los Reyes… malos



                                                                                   A Marcos Ignacio Maracara Spinella

La Navidad y toda la extensión de la fiesta que se inicia en el Adviento, tiene como protagonistas o principales destinatarios, a los niños, para quienes es realmente mágico el hecho de que unos días se consagren a la alegría y sobre todo a los regalos, que ellos esperan con ansias. Con el paso de los años, quienes formamos el batallón de los adultos, contemplamos con verdadera ternura esa manifestación de los más pequeños y así se nos vuelve a hacer patente la presencia de ese niño Jesús que renace repartiendo esperanza. Regalos sencillos o sofisticados, gestos inmateriales de cariño, comida especial que en estas latitudes se expresa con hallacas, bollos, pan de jamón, torta negra, pernil, según el bolsillo y gustos de cada quien; aguinaldos, villancicos, parrandas, gaitas, todo se suma para hacer de las fiestas decembrinas un evento realmente especial.

Con la llegada de enero, tal espíritu comienza a diluirse y comenzamos lentamente (o drásticamente, según quien sea) a incorporarnos a la rutina diaria, pero se asoma, sin embargo, otro día de fiesta, una segunda oportunidad, diría yo, para el regalo que no se hizo presente en la Nochebuena (hay que aclarar que es así en Venezuela y toda América Latina, creo, porque en España, por ejemplo, los regalos los dan los Reyes Magos y en Estados Unidos y otras naciones del orbe lo hace Santa Claus, Papa Noel o San Nicolás. Cuando yo era niña, el modesto regalo que nos tocaba por estas fechas nos los traía el Niño Jesús el 24 a la medianoche (si uno estaba dormido, porque si se despertaba, no había regalo; una regla que sin embargo Mauricio, el menor de mis hermanos y yo, intentábamos romper, pero que nunca podíamos: ver al niño, que como ángel venido del cielo, nos traía los regalos, porque siempre terminábamos dormidos). Pero luego, para el 6 de enero, venían los Reyes Magos con otra oportunidad, quizás allí si estaba el regalo soñado, el que faltó o un complemento. Entonces colocábamos los zapatos cerca del nacimiento y el arbolito color plateado que estuvo por años en casa, bajo las instrucciones de nuestra madre Isabel y a la mañana siguiente, ¡sorpresa! Pero hay que decir que mamá-Reyes Magos, aprovechaba este momento para hacer gala de su humor para conjurar la escasez: dentro de los zapatos aparecía una cebolla,o un pan duro y a lo sumo, un “fuerte” (una moneda de 5 bolívares de entonces). Primero era como un balde de agua fría y luego nos reíamos de estos reyes tan simpáticos, tan echadores de broma ellos, que venían de tan lejos a poner cebollas en nuestros zapatos, pese a que se decía que eran ricos y traían oro, incienso y mirra.

Pasados los años, muchos años, mi sobrino Marcos Ignacio, con unos tres años creo, como sus padres son ingenieros y él pasaba el día entre objetos de construcción, máquinas, palas, obreros, etc, llegada la Navidad y el momento de hacerle la carta al niño Jesús, pidió lo siguiente: “Niño Jesús, quiero una pala, una carretilla y un pico”. Bueno, demás está decir que nos reíamos mucho de tal petición (a sus espaldas claro está) y cada vez que iba alguien a visitarlo, le pedíamos que le preguntara qué le iba a pedir al niño Jesús y él invariablemente decía: “una pala, una carretilla y un pico”. Claro, como era pequeño y se podía hacer daño con esos objetos de tamaño para un adulto, él quería unos para él, con los que sí pudiera jugar. El problema fue conseguir la pala, la carretilla y el pico… Lo que primero fue risa, luego fue una complicación. Al final sus padres obtuvieron una pala pequeña, una carretilla de adulto pero ligera y no tan grande, pero el pico la verdad que era algo peligroso. La mañana en que abrió los regalos sus ojos brillaron cuando destapó el primero y vio la pala, luego la carretilla… ¿Pero y el pico?, preguntó.  No había pico, tuvo por respuesta. Entonces a todo el mundo le decía: “El niño Jesús, no tiene pico”. En fin, era un regalo tan sencillo y no tenía pico este hijo amado de nuestro Señor. Mi amiga Magali, a quien le narré la historia, cuando me preguntaba por él, no lo hacía por su nombre, Marcos Ignacio, sino que me preguntaba: “¿Y cómo está el Pala-pico?”.

Él estaba feliz con su carretilla y su pala, pero cada cierto tiempo se acordaba y me preguntaba: “¿El niño Jesús no tiene pico?”  Entonces, a sabiendas que mi hermano Marcos y su esposa María, estaban tratando de resolver lo del pico, yo me acordé de la segunda oportunidad de los Reyes Magos y le dije: “Mira, hay unos Reyes, que son magos. Ellos también traen regalos. Dile a tus papás que le digan a los Reyes Magos que te traigan el pico”. Entonces él, con su mayor cara de asombro, me preguntó: “¿Los Reyes Malos?”, ¿Le pido el pico a los Reyes Malos?”. Fue difícil explicarle que no eran malos, sino magos, pero de todas maneras para él no era tan importante la distinción, lo importante es que le podrían traer el pico. Ya no recuerdo si estas majestades trajeron el pico, creo que poco tiempo después llegó el susodicho instrumento. Pero igual, cuando se acercó enero 2016 y la fiesta de los Reyes Magos, me acordé del Pala-Pico y sus requerimientos.

 

Carmen Isabel Maracara

6-1-2015

viernes, 18 de septiembre de 2015

Sobre casas y moradas...

Gracias a Gabriel Impaglione, poeta argentino radicado en Italia, quien lleva el blog revistaislanegra.fullblog.com.ar y coordina el Festival La Palabra en el mundo, por traducir al italiano un texto de mi autoría, del libro Ser de Viento, incluido en la compilación Como Arena publicada por Monte Ávila Editores, para una "Piccola antologia di poeti latinoamericani", insertada en http://www.margutte.com/?p=7298,  revista online de literatura.



viernes, 10 de abril de 2015

La casa interior


 
 
La casa es este sitio que amasan mis manos, apenas un espacio tibio dentro de mi corazón donde puedo acurrucarme y rodearme con mis brazos. La casa es un baúl donde cabe mi risa, la de aquella niña rubia que jugaba con su hermano al fondo de su casa, de castillos y príncipes de reinados remotos. Donde está aquel llanto desconsolado del día de mi bautizo porque me dejaron olvidada encima de una mesa, quizás solo segundos, un siglo para mí. Es el lugar de mi silencio, donde acontece mi paz, mi sosiego interior, la calma para encontrarme conmigo misma, para hallarme. Donde está mi madre acompañándome en las noches, conjurando mis miedos; donde mi padre guarda sus listones, el serrín y la divertida viruta metálica que salta en el imán. Donde habita este amor que me colma y me proteje. Donde mis amigos hacen fiesta y se escucha la voz de Leyma, de Ana María, de Fabiola, de Jorge, de Petra, de tantos… Donde mis hermanos y yo compartimos la escasa comida de entonces o el divertido y abundante encuentro de los años más cercanos. Donde habita Dios en el señorío de mi vida.

 
Carmen Isabel Maracara
7-9-2007

domingo, 22 de marzo de 2015

¿Hay vida?


 
 
“¿Hay vida?”, preguntó el hombre en las escaleras hacia el Metro y quien lo acompañaba hizo un largo comentario, desilvanando la inquietud.

¿Hay vida?; la indagación de todo el planeta cuando el hombre pisó la superficie agujereada del pequeño satélite, que todavía alienta misiones, fuera de este punto minúsculo de la vía láctea dónde habitamos.

¿Hay vida?, se preguntó Pasteur cuando intuyó que diminutos seres habitaban en las manos de los médicos, capaces de llevar vertiginosamente a la tumba a las  parturientas, muertes que se sucedían unas tras otras, que luego se supo eran los microbios. El sencillo gesto de lavar las manos antes de las cirugías y de todo acto médico evitó mortandades.

¿Hay vida?, se dijo a sí mismo el moribundo ante su inminente adiós, con la angustia de quien ya no poseía la certeza de un futuro, de si su alma merecería el cielo de los justos o el ardor eterno de quienes cometieron las equivocaciones humanas.

“¿Hay vida?”, fue la pregunta que hizo un hombre de mediana edad a otro, en el Metro, mientras las masas se agolpaban camino a la escalera, asfixiadas. Ellos no hablaban de ninguna de esas vidas. Era un argot. Aludían a un negocio posible, dinero de por medio, una transacción a lo mejor de dudosa reputación, quien sabe... “¿Tendré vida, hoy?”, me pregunto, mientras termino de subir la cuesta a lo cotidiano y me sonrío ante la compleja sencillez del lenguaje.

Carmen Isabel Maracara 
 
(Crónica)
 
8 de julio de 2012
Foto: AVN

domingo, 5 de octubre de 2014

El glorioso café de Mercedes


A Mercedes, “la vendedora de café más antigua del mercado de Coche”


No es Mercedes, pero seguro la historia se repite


Mercedes se levantó una vez más a las cuatro de la mañana a preparar los tres cuatro termos gigantes de café. Agua fría para espantar el sueño, un pié primero y otro después, mientras sus hijos van también recibiendo rastros de sonido del trajinar de su madre que hace 15 años inició para levantarlos, a falta del padre que cada vez fue haciendo menos falta, a fuerza de no aparecer nunca.
La ducha termina y ya el agua está hirviendo para colar el café, hay que apurarse y hacer la masa para las arepas para que Ernesto –así podría llamarse- y María –otro nombre común- puedan llevarse en el estómago el desayuno antes de irse el primero a sus clases de Administración en el instituto y ella a su tiempo compartido entre su carrera de Publicidad y el trabajo; para que lleven en sus paladares algo del amor infinito que esta madre les regala cada día, para que recuerden a esta Mercedes que ya a las cinco de la madrugada está en la parada de la Cortada del Guayabo, luego de subir una cuesta desde San José de los Altos y esperar a veces diez minutos, a veces media hora, la camioneta que la llevará apenas cinco kilómetros más allá para desde allí tomar otra o un jeep hasta Coche e invadir el mercado con su sonrisa contagiosa, con su saludo tempranero, con su buen humor de mujer resuelta y orgullosa de siempre salir adelante.
Ella sola llevó a sus hijos a la universidad, allá apoyó una madre, después el abuelo, alguna vez el marido en los primeros tiempos de la separación. Luego fue el ir y venir cotidiano a vender en el mercado los tres termos de café, a veces cuatro –con leche ya no porque es un problema, no se consigue- y mantener el precio aunque el café suba, aunque el azúcar suba, aunque esté cansada, o si llueve, o si no hay transporte, o si el frío o la oscurana acechan.
Con la venta del café, sus dos hijos estudiaron primero en la escuelita pública, luego en el liceo y después en el instituto y universidad privada. “Hay que ir reuniendo, para pagar de contado”, dice; ya el muchacho va a salir y María –si así se llama- ya se graduó. “Hoy me fui a recorrer Catia, a buscar un carro –se refiere a una carrucha portátil. Las de las ruedas grandes son buenas, circulan rápido, pero parten la bolsa. Fui a buscar una italiana, son las mejores; yo la conseguí, pero vale mucho y no tenía, pero la voy a comprar. Tuve una buenísima, se me fue cayendo por partes y en el mercado me echaban broma porque la componía, la amarraba aquí, la arreglaba por allá; es que era muy buena….”. Y así me da una clase sobre todos los tipo de “carros” que hay para trasladar, en una bolsa plástica grande, los cuatro termos de café.
“Yo no como durante el día”, me dice, y ante mi asombro y pregunta responde: “Es que si lo hago, no rindo, porque el café se vende caminando y hay que distribuirlo antes que se enfríe. Comienzo a servirlo por todo el mercado a los carreteros, a los que venden, a los de siempre, pues y luego vuelvo recogiendo. Hoy, como a las dos, lo que me comí fue una empanada. Pero claro, tomo mucha agua, eso sí. Y ahorita que me compré esta chicha, que algo me alimenta. Ceno en la noche, en mi casa, pero tampoco mucho, los fines de semana sí, porque mi hija me cocina y me dice que tengo que comer. Pero trabajando no puedo”.
Y así veo a Mercedes con sus cuatro pesados termos de café, recorriendo todo el mercado, voceando su cafecito negro, primero en la fresca mañana pero luego pica el sol que se acerca al mediodía mientras va cobrando y vendiendo lo que queda; despertándose a las cuatro o a las tres y media de la madrugada y sin carro ni ayuda montarse en una camioneta, luego en un jeep –es difícil, lo supondrá, subir los cuatro termos en un jeep lleno de nueve personas y a lo mejor el puesto que queda está al final, aunque a veces los pasajeros colaboran y se ruedan para que Mercedes quede al lado de la puerta y le ayudan a subir su mercadería.
Ahora cuando veo en la ciudad, temprano en la mañana, varios vendedoras de café, pienso en Mercedes, “la vendedora más antigua del mercado de Coche”, que se replica en estas otras mujeres y hombres que de cafecito en cafecito han levantado su hogar, gente trabajadora que se gana la vida de moneda en moneda, voceando el negrito, el conleche, la manzanilla, esquivando los carros en la autopista: todos son Mercedes empujando la vida. Y pienso como Sabina, que si la “Magdalena pide un trago, tú la invitas a mil, que yo los pago”. Cómprenle los mil cafés, a Mercedes-Magdalena, que yo los pago, para que regrese temprano, para que descanse, para que la vida aguante.

Carmen Isabel Maracara

27-10-2007

foto: (https://farm5.staticflickr.com/4068/4438411330_5eb897abc4.jpg)