A Mercedes, “la vendedora de café
más antigua del mercado de Coche”
No es Mercedes, pero seguro la historia se repite
Mercedes se levantó una vez más a las cuatro de la mañana a preparar los
tres cuatro termos gigantes de café. Agua fría para espantar el sueño, un pié
primero y otro después, mientras sus hijos van también recibiendo rastros de
sonido del trajinar de su madre que hace 15 años inició para levantarlos, a
falta del padre que cada vez fue haciendo menos falta, a fuerza de no aparecer
nunca.
La ducha termina y ya el agua está hirviendo para colar el café, hay que
apurarse y hacer la masa para las arepas para que Ernesto –así podría llamarse-
y María –otro nombre común- puedan llevarse en el estómago el desayuno antes de
irse el primero a sus clases de Administración en el instituto y ella a su
tiempo compartido entre su carrera de Publicidad y el trabajo; para que lleven
en sus paladares algo del amor infinito que esta madre les regala cada día,
para que recuerden a esta Mercedes que ya a las cinco de la madrugada está en
la parada de la Cortada del Guayabo, luego de subir una cuesta desde San José
de los Altos y esperar a veces diez minutos, a veces media hora, la camioneta
que la llevará apenas cinco kilómetros más allá para desde allí tomar otra o un
jeep hasta Coche e invadir el mercado con su sonrisa contagiosa, con su saludo
tempranero, con su buen humor de mujer resuelta y orgullosa de siempre salir
adelante.
Ella sola llevó a sus hijos a la universidad, allá apoyó una madre,
después el abuelo, alguna vez el marido en los primeros tiempos de la
separación. Luego fue el ir y venir cotidiano a vender en el mercado los tres
termos de café, a veces cuatro –con leche ya no porque es un problema, no se
consigue- y mantener el precio aunque el café suba, aunque el azúcar suba,
aunque esté cansada, o si llueve, o si no hay transporte, o si el frío o la
oscurana acechan.
Con la venta del café, sus dos hijos estudiaron primero en la escuelita
pública, luego en el liceo y después en el instituto y universidad privada. “Hay
que ir reuniendo, para pagar de contado”, dice; ya el muchacho va a salir y
María –si así se llama- ya se graduó. “Hoy me fui a recorrer Catia, a buscar un
carro –se refiere a una carrucha portátil. Las de las ruedas grandes son
buenas, circulan rápido, pero parten la bolsa. Fui a buscar una italiana, son
las mejores; yo la conseguí, pero vale mucho y no tenía, pero la voy a comprar.
Tuve una buenísima, se me fue cayendo por partes y en el mercado me echaban
broma porque la componía, la amarraba aquí, la arreglaba por allá; es que era
muy buena….”. Y así me da una clase sobre todos los tipo de “carros” que hay
para trasladar, en una bolsa plástica grande, los cuatro termos de café.
“Yo no como durante el día”, me dice, y ante mi asombro y pregunta
responde: “Es que si lo hago, no rindo, porque el café se vende caminando y hay
que distribuirlo antes que se enfríe. Comienzo a servirlo por todo el mercado a
los carreteros, a los que venden, a los de siempre, pues y luego vuelvo
recogiendo. Hoy, como a las dos, lo que me comí fue una empanada. Pero claro,
tomo mucha agua, eso sí. Y ahorita que me compré esta chicha, que algo me
alimenta. Ceno en la noche, en mi casa, pero tampoco mucho, los fines de semana
sí, porque mi hija me cocina y me dice que tengo que comer. Pero trabajando no
puedo”.
Y así veo a Mercedes con sus cuatro pesados termos de café, recorriendo
todo el mercado, voceando su cafecito negro, primero en la fresca mañana pero
luego pica el sol que se acerca al mediodía mientras va cobrando y vendiendo lo
que queda; despertándose a las cuatro o a las tres y media de la madrugada y
sin carro ni ayuda montarse en una camioneta, luego en un jeep –es difícil, lo
supondrá, subir los cuatro termos en un jeep lleno de nueve personas y a lo
mejor el puesto que queda está al final, aunque a veces los pasajeros colaboran
y se ruedan para que Mercedes quede al lado de la puerta y le ayudan a subir su
mercadería.
Ahora cuando veo en la ciudad, temprano en la mañana, varios vendedoras
de café, pienso en Mercedes, “la vendedora más antigua del mercado de Coche”,
que se replica en estas otras mujeres y hombres que de cafecito en cafecito han
levantado su hogar, gente trabajadora que se gana la vida de moneda en moneda,
voceando el negrito, el conleche, la manzanilla, esquivando los carros en la
autopista: todos son Mercedes empujando la vida. Y pienso como Sabina, que si
la “Magdalena pide un trago, tú la invitas a mil, que yo los pago”. Cómprenle
los mil cafés, a Mercedes-Magdalena, que yo los pago, para que regrese
temprano, para que descanse, para que la vida aguante.
Carmen Isabel Maracara
27-10-2007
foto: (https://farm5.staticflickr.com/4068/4438411330_5eb897abc4.jpg)