Pero a veces es distinto, aunque se repite la petición.
Ella venía de los Valles del Tuy, dijo nombre y dirección exacta. Rondaba los 70 años. Se le enfermó la pareja, “está muy mayor y enfermo”. Pero ella no nació “para amontonarse, no se quiere quedar amontonada en la casa”. La casa enferma, la casa asfixia, comenta.
Necesita comprar medicinas para la hipertensión y otras cosas para el
marido. Va riendo y contando historias, unas más divertidas que otras; no hay
dramatismo en su presencia, sino más bien la alegría de quien disfruta el
contacto de los otros; salir y respirar el aire denso de la ciudad, menos denso
no obstante que el cuarto oscuro donde habita la pesadumbre, las carencias, las
noticias de un cuerpo que se desgasta.
Cambia el nombre a los pasajeros que le dan dinero, mientras sonríe y
nos devuelve la risa a todos: “Gracias Azucena”, me dice, “adiós Eustaquio”,
“gracias Jesusita”, nombres todos poéticos, insólitos, de otro tiempo. Se baja
y deja una estela de dulzura a su paso. Se olvida uno del polvo de afuera, de
este terminal casi derruido, del cansancio de todos al final de la tarde.
12/05/2012
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