miércoles, 1 de octubre de 2014

La desamontonada

(Crónica)

 El terminal del Nuevo Circo en Caracas es un voceo interminable de historias rotas; unas creíbles, otras demasiado dramáticas para ser verdad. Quizás algunas honestas. A todos les falta algo, la venta se hace invocando una situación extrema: un muchacho que se recuperó de las drogas y vende agujas, otro que dice ser artesano y vende collares de dudosas piedras, chicos que perdieron un pasaje y andan desperdigados por la ciudad completando el dinero que falta, los eternos vendedores de chocolates, galletas, tarjetitas con mensajes amorosos o estampas religiosas.

Pero a veces es distinto, aunque se repite la petición.

Ella venía de los Valles del Tuy, dijo nombre y dirección exacta. Rondaba los 70 años. Se le enfermó la pareja, “está muy mayor y enfermo”. Pero ella no nació “para amontonarse, no se quiere quedar amontonada en la casa”. La casa enferma, la casa asfixia, comenta.

Necesita comprar medicinas para la hipertensión y otras cosas para el marido. Va riendo y contando historias, unas más divertidas que otras; no hay dramatismo en su presencia, sino más bien la alegría de quien disfruta el contacto de los otros; salir y respirar el aire denso de la ciudad, menos denso no obstante que el cuarto oscuro donde habita la pesadumbre, las carencias, las noticias de un cuerpo que se desgasta.

Cambia el nombre a los pasajeros que le dan dinero, mientras sonríe y nos devuelve la risa a todos: “Gracias Azucena”, me dice, “adiós Eustaquio”, “gracias Jesusita”, nombres todos poéticos, insólitos, de otro tiempo. Se baja y deja una estela de dulzura a su paso. Se olvida uno del polvo de afuera, de este terminal casi derruido, del cansancio de todos al final de la tarde.

 
Carmen Isabel Maracara
12/05/2012

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